lunes, noviembre 19

Five o'clock tea


Pasé por un túnel peatonal en el que un flaco de poca guita rasgueaba “Love me do”, gran tema de los cuatro de Liverpool. Y, tarareando, comencé a calcular qué significaba exactamente “love me do”. Siempre me habían parecido raras algunas traducciones de los temas de los Beatles. La que más me extrañaba era “Déjalo ser”. ¿Dejar ser qué? ¿A quién? Me retrotraigo a años de secundaria y recuerdo al odioso predicativo subjetivo obligatorio. En esas memorias estaba cuando comencé a recorrer una cuadra que tenía toda la vereda llena de baches porque estaban arreglando el gas, el agua, qué sé yo. Sentí voces femeninas allí abajo y, asombrado, frené mi caminata. Adiviné de cuál de todos los pozos venía la charla y asomé la cabeza. Segundos después, también ella se asomó, y desde las profundidades me dijo: “Hola, ven aquí abajo”. Era preciosa la subterránea mujer, así que no dudé en bajar y unirme a ella.

- Estábamos un poco aburridas aquí, tomando el té. Estábamos decidiendo a dónde ir después - me dijo ella.
- Así es – dijo la amiga. – Tal vez nos puedas dar alguna idea de qué hacer.
- ¡Oh, qué torpe soy! – exclamó la primera. – Olvidé presentarnos. Yo soy Eleanor, y ella es Penny.
- Un gusto conocerte – me dijo la segunda, y besó mi mejilla.

Ya imaginaba yo el menáge-a-trois entre aquellas húmedas paredes de tierra mientras les preguntaba cuáles eran las posibles salidas o actividades para la tarde noche.

- Podemos juntarnos con Lucy. Ella está en el cielo- dijo Eleanor.
- Pero tendremos que llevar los diamantes, Ellie. Olvidaste traerlos, ¿verdad?
- ¡Oh, no me mates, Penny! Sí, los olvidé.
- Los vamos a buscar, chicas, yo las acompaño. No hay problema – agregué.

Aceptaron gustosas. Pero al salir a la superficie, me di cuenta de que no subían tras de mí. Ya no oía voces ni estaban allí cuando volví a buscarlas.

martes, octubre 23

Cae la tarde y



no vi mujer que me llamara poderosamente la atención. Es innegable que me he cruzado con más de una a la que invitaría con gusto a mi cuarto, pero ninguna llevaba en la cara el signo invencible de la belleza. Es algo que me extraña. El subte a esta hora es una especie de pre-selección de Miss Universo, aunque últimamente las chicas de los cinco continentes vienen medio en serie, y tirando a medio pelo. Eso me hace preguntarme por qué llaman al concurso Miss Universo si no participa ninguna marciana; tampoco venusinas ni saturninas. Creo que las venusinas son de color verde agua, todas esbeltas y de rasgos finos. Sus caderas son un canto a la vida y sus ojos regalan erotismo. Los terrícolas no podrían rechazarlas. Y ellas, preciosas y caritativas, no desprecian a ninguno y viven para el placer del hombre. Las manos masculinas se deslizan con tanta entrega y constancia por las escamas azulinas que todas ellas poseen que los pies a las venusinas se les vuelven cola de pez. Cuando se hacen sirenas el pseudo aire de Venus se hace agua y ellas nadan, angelicales, acuáticas y aladas, mientras el terrícola apenas puede moverse.